viernes, 21 de mayo de 2010

Ray Woman


Fue cuando ya estaba dejando la autopista, cuando ya estaba quitando la señal de intermitencia y se estaba incorporando a la vía de servicio que comunicaba con la carretera del puerto, cuando se percató de que el coche oscuro que abandonaba la autopista tras el suyo era el mismo que había dejado la ciudad tras ella hacía apenas una hora.

No es que fuera una paranoica ni estuviera siempre pendiente de qué coches la seguían, pero había dos o tres factores que hacían que Lisa tuviera una especial facilidad para memorizar estas situaciones. Una fue sin duda su profesor de autoescuela, que hacía ya 12 años le enseñó a tener siempre controlados a todos los vehículos que circulaban alrededor. Y por supuesto, junto con su natural perspicacia, el hecho de haber estado casada con un policía, y ser ahora la inseparable amiga de una policía, hacía que estas cosas fueran casi un ritual cada vez que arrancaba el contacto del coche. Incluso cada vez que salía de paseo y cuando iba al parque con su perra, encendía un radar invisible y localizaba a toda persona con la se fuese cruzando. Deformación profesional, se decía cada vez que se percataba de ese afán controlador.

El caso es que en vez de actuar como Sandra le había insistido mil veces y haber llamado a la central “con la matrícula y el modelo del vehículo en cuestión”, decidió forzar un poco la situación para corroborar o descartar su sospecha. Así, y aunque estaba en el coche de Sandra y no se sentía muy cómoda con su manejo, aprovechó la soledad de la carreta local que subía hacia el Puerto de Navacerrada para disminuir y acelerar la velocidad de modo brusco y ver la reacción de coche que la seguía. Cuando redujo tanto que casi se le cala y tuvo que meter la primera velocidad para seguir subiendo, el Ford oscuro que la seguía hizo exactamente lo mismo, manteniendo una sorprendente distancia que hacía que no llegara a distinguir los dígitos de la matrícula. Y cuando aceleró bruscamente y empezó a tomar las curvas por el interior, algo que consciente de su pericia conduciendo no le produjo ningún nerviosismo, el maldito Ford aceleraba igual y mantenía siempre la misma distancia.

En el preciso momento en que echaba mano del bolso para llamar a su amiga a la comisaría, escuchó un sonido chasqueante debajo de sus pies y notó como el pedal de freno se descolgaba literalmente hacia dentro.

Todo ocurrió rapidísimo y el hecho de no llevar las dos manos en el volante lo único que hizo fue acentuar el accidente, porque entrar en una curva muy cerrada a casi 100 kilómetros por hora y quedarte sin frenos no tiene ninguna solución favorable. La rueda delantera derecha se montó en un peralte lateral, el coche se inclinó sobre su izquierda y el guardarrail hizo que saliera disparado sobre dos ruedas hacia el carril contrario, atravesara éste y el guardarrail contrario y se despeñara dando vueltas de campana unos quince metros hacia abajo. Sólo escuchó el sonido metálico del primer choque y su instinto le hizo ponerse las manos sobre la cara y contraer las rodillas colocándose en posición casi fetal. El resto fue el sonido de una explosión, un golpe y una quemadura en los brazos y un montón de vueltas enmaracadas en olor a goma quemada y a gasolina.

Pero estaba viva. Cuando todo se detuvo, absolutamente aturdida y sin saber que había pasado, sólo tenía en la cabeza la preciosa cara de su hija, de Rocío. Ese instinto que aparece en estas situaciones límite, hizo que en una posición inverosímil, entre cabeza abajo y ladeada, tuviera fuerzas para desenganchar el cinturón de seguridad, que sorprendentemente se soltó como si acabase de aparcar en la plaza de casa, e intentara apoyarse en la mano derecha sobre lo que creía era el asiento, mientras con la otra mano hacía fuerza sobre la manecilla de la puerta. Ahí sintió de verdad la primera señal de dolor, ya que un calambre recorrió su brazo derecho desde el codo hasta la punta del dedo meñique. Pero sacó fuerzas y siguió con su empeño. Al comprobar que la puerta no abría de ninguna manera, y aprovechando que no quedaba más que restos del parabrisas delantero, se arrastró hacia delante y entre dolores generalizados, sabor a sangre en la boca y arañazos por todo el cuerpo, fue saliendo de los restos del coche. La maniobra le llevó un par de minutos, pues entre cada esfuerzo por arrastrarse debía parar unos segundos y respirar. Finalmente lo consiguió y fue a caer sobre unos arbustos que amortiguaron el golpe. Se recostó sobre lado izquierdo para coger fuerzas, e intentó incorporarse para alejarse del coche, temiendo que pudiese explotar. El olor a gasolina era muy fuerte.

Se había olvidado completamente del coche que la seguía, pero lo que vio cuando miró hacia arriba le hizo recordarlo de golpe. La silueta de dos hombres que bajaban hacia ella con lo que parecían unas pistolas en las manos, hizo que su cuerpo empezase a temblar.

Sin pensarlo y sin hacer caso de los calambres y dolores que ahora recorrían casi todo su cuerpo, empezó a correr hacia abajo hasta que resbaló y empezó a rodar por una ladera llena de relieves que se clavaban por la espalda y las piernas hasta que se detuvo subitamente contra un vallado. Desesperada intentó saltarlo escalando por los alambres horizontales que lo recorrían, y, no sin mucho esfuerzo, lo consiguió. Cuando se incorporó tras salvarlo, vio una gran pradera verde con unos animales al fondo y un camino de arena que lo cruzaba, y al fondo de dicho camino distinguió entre el polvo la silueta de un todoterreno marrón que se acercaba hacia ella. Exhausta empezó a gritar pidiendo ayuda y en cuanto el vehículo se detuvo a unos metros, se abalanzó sobre éste sacando lo que sentía que eran las últimas energías vitales que le quedaban.

-¿Se encuentra bien? ¿Hay más heridos? preguntaba el Agente forestal mientras intentaba sujetar a Lisa, que sólo murmuraba algo así como ...me persiguen, llevan armas, por favor...

Cuando el agente forestal consiguió recostar a Lisa en la parte trasera del Toyota, Lisa sintió que se desmayaba mientras pensaba en Rocío y se decía a si misma que si ésto era jugar al límite, ella prefería jugar light...